A Inocencia, a las niñas de la guerra.
Nunca tuvo la risa de niña
adornando su boca de fiesta,
construyendo castillos de barro,
revolcando su cuerpo en la tierra.
Nunca tuvo un cordón de colores
sujetando una blanca cometa,
ascendiendo al espacio infinito
en un cielo poblado de estrellas.
Su niñez se esfumó entre las sombras
entre campos de guerra y bombas,
con cunetas sembradas de cuerpos
y un entorno de horror y miseria.
Nunca tuvo ventanas abiertas
a los sueños y las fantasías,
fueron tiempos de supervivencia
y una infancia atrapada y perdida.
Fue su escuela la cola del hambre
y sus libros paisaje en ruinas,
con soldados de la zona roja
que valientes salvaron sus vidas.
Aunque el tiempo arrugó sus manos
y su cuerpo sufrió mil heridas
aún retiene viva en su memoria
esa infancia robada de niña.
Esa luz que ilumina aún sus ojos
es la llama que sigue encendida,
que no tiene la chispa del fuego
pero expande calor todavía.
Ella quiere plantarse en la tierra
cuando sienta que ya no está viva,
transformar en raíces su aliento
y en un árbol frondoso su vida.
Quiere un cuerpo de ramas y hojas,
que sea fuente de nueva energía
en la calle, en el campo, en el bosque
aportar nuevo ciclo a otras vidas.
Quiere un mundo de infancias felices
construyendo sus blancas cometas,
que sus bocas repletas de risas
cierren paso a todas las guerras.
Dagdasulis
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